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La arquitectura eclesial, el valor de lo sobrenatural y su influencia sobre la oración


De hace un tiempo hasta ahora, la arquitectura eclesial ha seguido los cánones que las distintas corrientes estilísticas actuales han ido marcando. No es nada nuevo que la Iglesia Católica no sólo ha sido seguidora de los estilos que iban surgiendo, sino en muchos casos ha sido ella la que ha abanderado y promocionado obras vanguardistas para su tiempo, y que marcaron un antes y después en la historia del arte. Pero ahí reside la problemática actual, que antes la arquitectura rendía servidumbre a la Iglesia, y ahora es la Iglesia la que sirve a la arquitectura. Reside en eso y en la concepción de la arquitectura y el arte que impuso Le Corbusier pues, si desde los principios de la vivienda como edificio la arquitectura se adecuaba a las necesidades del hombre, Le Corbusier prefirió que el hombre se adaptara a la nueva vivienda que había desarrollado en su Maison Domino (foto 1) y su Unité d'habitation. En ese instante comenzó la época de la decadencia arquitectónica eclesial.


Foto 1

No son pocas las voces que claman que las Iglesias deben seguir la corriente artística actual, pero esas voces no provienen de sentimientos católicos. La simple razón es que las cosas sagradas deben tener unción, es decir, deben poseer unos rasgos que emanen la influencia divina conferida. Construir iglesias de estética clásica para muchos es un pecado imperdonable, un anacronismo insalvable. Lo que desconocen es que ese anacronismo se ha venido realizando durante siglos. Cuando el renacimiento conquistaba Europa, no eran pocas las mentes que se negaban a sucumbir a tal modernidad. Nuestro país es ejemplo de ello, tanto que catedrales como Salamanca o Segovia (foto 2) se erigieron en estilo gótico bien entrado el siglo XVI, a la vez que se levantaba en un exquisito arte renacentista el palacio de Carlos V en la Alhambra o la espléndida catedral de Jaén (foto 3).

Foto 2 -Catedral de Segovia comenzada en 1525-
Foto 3 -Catedral de Jaén proyectada en 1534-

Pero la negativa actual a erigir iglesias clásicas viene de la mano de una pérdida de identidad, de simbolismo. Una iglesia normalmente se puede reconocer fácilmente en la silueta de cualquier localidad, es un edificio con características similares en todos lados, que a parte de ser referencia artística del pueblo, podía dar lugar a ser el orgullo del mismo o para rivalidad de dimensiones y exuberancia entre pueblos. Pero las nuevas corrientes nos están plagando de edificios sin alma, que pasan totalmente desapercibidos entre los edificios colindantes y que son poco reconocibles sino fuera por las escuetas cruces o rótulos de escaso gusto que al menos, nos avisan de que en ese edificio habita Dios. Es como si la Iglesia se avergonzara de hacer iglesia (foto 4).

Foto 4 -Arquitectura poco reconocible como iglesia-

Pero lo mas flagrante es que esos edificios modernísimos con escasos elementos de arquitectura tradicional religiosa suelen ser fruto de proyectos arquitectónicos costosísimos, que apenas cumplen su función de recogimiento y acercamiento del fiel a Dios. Y es que las iglesias antaño se entendían como un espacio divino, un acercamiento del mundo celestial al terreno. Pero por seguir las actuales corrientes, en vez de divinizar lo terreno, éstas lo mundanizan aún más. Igual suerte han corrido los vasos y vestiduras sagradas, que se desprestigiaron al ser revestidas de una mal entendida humildad, que anteponía los gustos "progresistas" a la tradición.

Es del ego de los arquitectos actuales de donde nacen todos los excesos. La búsqueda de la inmortalidad por medio de su obra, olvidando que el único inmortal es aquel que habita dentro. En la Iglesia no hay lugar para el antropocentrismo, en la Iglesia, en la doctrina católica, la primacía es de Dios.

Foto 5 -Capilla Sra. de la Trinidad en St Paula, California-.

Por ello veo necesario volver un poco a las raíces, volver a erigir templos que lo sean y parezcan y que sirvan de lámpara para los fieles (foto 5). No hay que avergonzarse de que los templos se destaquen, ¡es qué debemos destacarlos! No por orgullo propio, por doctrina de la misma Iglesia Católica, en palabras de Jesús:

“Y les decía: ¿Acaso se trae una lámpara para ponerla debajo de un almud o debajo de la cama? ¿No es para ponerla en el candelero? Porque nada hay oculto, si no es para que sea manifestado; ni nada ha estado en secreto, sino para que salga a la luz. Si alguno tiene oídos para oír, que oiga (…).” Marcos 4:21-25.

Ya que las causas morales y litúrgicas estás expuestas, nos centraremos en las económicas. Las actuales iglesias modernas, resultado de aplicar los modernísimos cristal, acero y hormigón armado y resto de materiales para poder realizar las formas atrevidas y asimétricas, se traducen en costes elevadísismos (foto 6), mientras una iglesia de tres naves con columnas en piedra o pilares enfoscados y bóvedas y cornisas de escayola, no sólo son más dignas, sino que sirve mejor a sus propósitos, de identidad y de abstracción.

Esto es un toque de atención a un sector de Iglesia, entendida como todo hombre bautizado, de querer modernizarla y acercarla a las nuevas corrientes. ¿Pero a qué corrientes?, ¿a la relativista?, ¿a la antropocentrista?. Y es que debemos construir para un fin y no para una era. Sacralizar lo terrenal. Por ello la opción clásica, por su tradicionalismo, su sencillez, su belleza y su unción tiene todos los carismas para ser efectiva herramienta de evangelización y de resignificarnos en un mundo que antepone todo a Dios.



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