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¿Calidad o diseño? Lo que debemos priorizar

sadocartesaniareli

Actualizado: 19 oct 2020

Si están buscando una respuesta fácil a sus dudas, aquí no la van a encontrar. No es que mi fin sea desanimar, sino que hay muchos determinantes a la hora de elegir si preferimos un buen diseño o una buena calidad o ambas, si la cartera lo permite.


Encontrar productos religiosos de calidad con un diseño aceptable a buen precio es harto difícil. La mayoría de piezas que se pueden encontrar en los múltiples catálogos de productos religiosos seguramente no satisfacen nuestras demandas. Los diseños suelen ser en el mejor de los casos mediocres y la calidad se basa en metales ordinarios en orfebrería y sintéticos en textil.


Pero volviendo al tema que nos interesa, ¿qué debemos elegir?


La primera respuesta es lo que nuestro criterio nos indique, es una respuesta simple, pero es la acertada. Sin embargo por mi experiencia, quiero compartir y justificar lo que a mí me ha ayudado.


Cuando visitamos una gran iglesia lo primero que nos llama la atención es la majestuosidad con la que antaño se hacían las obras. Nosotros buscamos lo mismo, pero es obvio que a día de hoy no contamos con los generosos mecenas que otrora costeaban las grandes obras que atesoran nuestros monumentos.


Sin embargo, esas obras, como la humanidad fueron desarrollándose con el tiempo buscando efectividad a bajo coste. Durante el gótico y el renacimiento, se llegó a un nivel de conciencia de que toda obra estaba destinada a mayor gloria de Dios que incluso las partes menos visibles de los templos se decoraban en profusión, como las escaleras de las torres, los pasillos de las bóvedas y todos los elementos más desapercibidos se elaboraban como si fueran a ser vistos por el Dios para el que construían. Con la llegada del siglo XVII el criterio cambió, y ya se buscaba el efectismo económico, y en eso toda Europa se puso de acuerdo.


Ya no hacía falta que las iglesias fueran de piedra y los interiores de mármoles, primero porque en la amplia mayoría de casos, si el templo no tenía holgura económica y en la zona no abundaban tales materiales, se optaba por solución fácil, que no es otra que si no es bueno el material, al menos debía parecerlo.

Foto 2
Foto 1











Los alemanes e italianos en esto fueron pioneros. Tanto es así que el material por antonomasia era el ladrillo enfoscado. Pero no debía parecerlo. Suena raro decir que el material con el que se erigió la magna San Pedro del Vaticano era el ladrillo, pero es así (foto 1). La obra se construyó en ladrillo, usando la piedra travertina (barata, fácil de cortar y abundante en la región de Lacio) para revestir los exteriores, y aunque parezca mentira, los interiores no son en gran parte de mármol, sino de estuco imitando al mármol (foto 2). Esto posibilitaba desviar parte de los costes para poder acometer obras de mayor calado pero a igual coste. En Alemania se llegó a un nivel de refinamiento tal, que todas sus iglesias por muy humildes que fueran poseían una decoración interior exquisita, pero como en el caso anterior, todo se basaba en paredes de ladrillo y falsas bóvedas de yeso (foto 3).

Foto 3
Foto 4











Los españoles no fueron menos en el arte de imitar, de hecho gracias a la invención de las cúpulas encamonadas, se popularizó esta técnica constructiva que no era otra que construir falsas cúpulas a base de armazones de madera y escayola. Como eran materiales baratos y de fácil acceso, pero antetodo ligeros, permitían adelgazar los muros y pilares y cubrir espacios cada vez más amplios a muy bajo coste (foto 4).


En el apartado textil el panorama no era diferente, ante el creciente número de clérigos, los templos y monasterios necesitaban tener un ajuar litúrgico de vestimentas sacras que pudieran copar sus múltiples y variadas necesidades. No era lo mismo una casulla que fuera a ser usada en tiempo ordinario o en una memoria, que en una fiesta mayor, una octava, un domingo o una solemnidad de 1º o 2º grado. No todas eran las mismas ni podían serlo, se debía marcar una clara diferencia entre los días grandes y el resto. Como antaño las misas constituían un rico tesoro de rúbricas y ceremonia, el apartado textil no sólo se cernía al sacerdote, sino que abarcaba una multitud de objetos con su uso definido. Lo normal es que un terno estuviera compuesto por una casulla, dos dalmáticas o planetas, una capa pluvial (todo con sus estolas y manípulos), un humeral, una carpeta para corporales y un cubrecáliz, sumado en algunos casos, y siempre a juego de lo anterior, dos atrileras, un frontal de altar, y excepcionalmente, un gremial.

Foto 5

Cómo podemos observar, no eran pocos los elementos necesarios para una misa pontifical, pero a mayor número de elementos, más costoso se hacía su elaboración, especialmente si se pretendía estuvieran bordados. Para ello se optaba por otras técnicas más asequibles, como eran los tejidos brocados de espolines y los damascos. En el caso de los tejidos brocados, en España se llegó a un nivel de perfección en Valencia y Toledo, que se llegó a imitar con maestría los dibujos del bordado, pero elaborando la pieza íntegra en un telar (foto 5). Sin duda el taller más reconocido e importante de su tiempo fue el de Miguel Gregorio Molero, en Toledo. Aunque la técnica era más barata que el bordado, los materiales usados eran de la misma calidad que aquellos otros. Lo que los hacia piezas únicas y de igual nobleza.


En el caso de la orfebrería, al ser las normas litúrgicas muy estrictas en lo que respecta a vasos sagrados, prácticamente estaban elaborados en plata en su totalidad, dejando el bronce o el cobre para candelabros, incensarios, acetres, aguamaniles, ciriales y cruces.


Habiendo ya, escuetamente, explicado el porqué de la naturaleza de las obras religiosas, procedo a guiar un poco en la elección de las dos opciones, si debemos preferir calidad o diseño.

Retablo de trazas puramente arquitectónicas.
Foto 6

En el caso de la arquitectura, retablística o resto de patrimonio mueble, yo me decantaría por la opción de elegir un buen diseño y ahorrar en materiales, puesto que no son elementos que vayan a sufrir un uso o desplazamiento continuado. Aquí indiscutiblemente podemos decidirnos por el diseño. Si elegimos los clásicos sencillos, pero muy efectistas (foto 6), como eran los diseños de retablos de Martínez Montañés o Juan de Herrera que son una muy buena opción, ya que al carecer de decoración vegetal o exenta se puede optar a un ahorro que fácilmente puede traducirse en una obra más ambiciosa, tanto por incluirle pinturas (que son baratas teniendo en cuenta que ocupan mucho) o por aumentar las dimensiones.


Si hablamos del universo textil yo me decanto por calidad, ya que la mayoría de brocados existentes son malas copias de modelos antiguos, elaborados en materiales sintéticos como son el poliéster, la poliamida, o el rayón, que a parte de dar unas tonalidades falsas carecen de calidad y dan a todo un aspecto como de atrezzo teatral. Pero especialmente hago hincapié en desterrar los ornamentos con bordados a máquina y con hilos sintéticos. Que a parte de grotescos carecen de dignidad. Siempre es preferible optar por brocados sencillos y buenos, que falsas imitaciones de lo que obviamente no se alcanza. A veces la sencillez es preferible a lo fanfarrón.

Cáliz del s. XVIII, puramente liso, su belleza reside en un entalle elegante y bien efectuado.
Foto 7

Y para terminar en la orfebrería en el caso de los vasos sagrados sería deseable elegir calidad y diseño a partes iguales. Pero si no se quiere hacer un gran desembolso, lo mejor es buscar la simplicidad y evitar las obras repujadas o cinceladas que rara vez imitan decentemente lo antiguo. Mejor un cáliz liso de formas elegantes (foto 7) que uno muy trabajado pero que carezca de buen gusto. Para el resto de orfebrería podemos buscar un buen diseño ejecutado en materiales económicos como el latón o el bronce.


En caso de duda sobre qué hacer o no, haceros la misma pregunta que me hago yo , que es: ¿pasaría esto por algo antiguo?


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